GLORIA ETERNA
Son pocos los que saben qué ocurre en este lugar, tan frío como el viento que nos golpea día y noche. Somos soldados, una suma de voluntades que hemos decidido defender la patria. O que han decidido que la defendamos. De cualquiera de las dos maneras, nos mantenemos firmes en nuestras trincheras, prestos para ser reconocidos con la gloria eterna.
Espero que no nos abandonen y que no olviden lo que somos, ni adonde estamos. Seguramente permaneceremos durante un tiempo en la mente de las personas que nos conocieron, pero luego tendremos la misma suerte que la mayoría de los héroes: seremos unos nombres en unas placas, en unas cruces o en algún monumento. O quizás seamos olvidados. Tal vez ni siquiera tendremos una placa, un nombre o el reconocimiento que deberíamos tener como los héroes que somos.
Sin embargo, eso no depende de nosotros que nos mantenemos firmes, defendiendo nuestras posiciones. Porque esa fue la promesa que hicimos y pensamos cumplirla hasta con el último hombre…
Recuerdo que salimos una madrugada desde el cuartel, con todo el orgullo en nuestras miradas y el coraje en gritos que explotaban en nuestras gargantas. Nos llevaron al aeropuerto de la base y, desde ahí, un viaje de varias escalas en las que se sumaron más soldados y más armas, hasta que llegamos a un punto en el extremo sur, muy lejos de casa. No era tan frío, pero el viento parecía ser el mismo que nos golpea en este momento, mientras permanecemos alertas a cualquier sonido extraño que llega hasta nuestros oídos.
Sabemos que vienen. Hemos visto sus balas trazadoras y las condenadas bengalas que iluminan la noche como si fuera de día, tratando de marcar los puntos en los que estamos apostados estratégicamente. Nuestros pocos momentos de sueño son alterados permanente por las explosiones cercanas, en un infierno que se sucede noche tras noche, minuto tras minuto.
Y otra vez el recuerdo del mar, de los barcos en los que nos trajeron hasta las islas. Tanto tiempo de espera, con la ansiedad a flor de piel, con el miedo y la excitación calándonos los huesos, como la llovizna que empezó a caer una tarde y que no se detuvo más… Maldita llovizna que se hace agua en las trincheras y nos tortura interminablemente cuando el viento helado la empuja hacia nosotros.
Después llegaron los enemigos y las acciones se precipitaron. Pero supimos enfrentarlos con valor. Y aún lo hacemos. No nos importó el clima adverso, que tuvieran mejores armas o que estuvieran mejor pertrechados contra el frío. Tampoco las órdenes confusas o la soberbia de nuestros líderes… Teníamos la obligación de no rendirnos, de defender la posición a cualquier precio, ya sea por la patria o por nosotros mismos.
Seguimos peleando, incluso sabiendo que estamos rodeados por el enemigo… Un enemigo que valora nuestra valentía mucho más de lo que la valoran nuestros propios compatriotas. Si toman soldados como prisioneros, los tratan bien: los abrigan, los alimentan, curan sus heridas… Lo sabemos porque también se pelea en otras posiciones y la radio, cuando podemos encenderla para no delatar nuestras posiciones, nos mantiene comunicados.
Pero nosotros no nos rendimos y tampoco vamos a hacerlo. Porque el valor nos empuja tanto como nuestra promesa. Cada noche nos resguardamos en las trincheras y enfrentamos el frío, la llovizna, la falta de sueño, las explosiones, las luces de las bengalas y las balas trazadoras que nos buscan incansablemente. Saben que estamos defendiendo nuestras posiciones en estos pozos húmedos y helados. Y que nuestras almas estarán eternamente en este rincón del confín del mundo, soportando el frío, la humedad y el olvido de la mayoría nuestros compatriotas, por más que nuestros cuerpos estén en otro lugar, debajo de esas cruces blancas que no tienen nombre y que están en el cementerio de Puerto Argentino…
Mi más sincero homenaje a los héroes de la gesta de Malvinas, en su 43° aniversario.